martes, 26 de noviembre de 2013


SOBRE EL DESPRECIO Y LA UTOPÍA
A MBB
 
DEL ABISMO
1991. Casi de la noche a la mañana, el imperio más poderoso que había existido hasta ese momento en la historia de la Humanidad se desgajó. La Unión Soviética implosionaba ante el estupor mundial y el deleite del poder del capital. Igual suerte siguieron otros países, partidos políticos afines y personas alrededor del mundo.
En la búsqueda de una mínima explicación a tan desconcertante proceso, dominó el ambiente intelectual la respuesta del Imperialismo: ‘Fin de la Historia’ se difundió; ‘derrota y fracaso del socialismo y la utopía’, se pregonó a viva voz en todos los espacios políticos, y el marxismo pasó a convertirse en una doctrina prehistórica cuando el ‘fin de los metarrelatos’ impregnó las ciencias sociales hasta en sus más finas costuras.
El desconcierto fue grande, asfixiante, demasiado. El ‘desprecio como destino’, a decir de Galeano, era un hecho concreto, palpable, directo, mientras la militancia de izquierda resistía o se desgranaba. Con rubor o sin él, muchos se convirtieron al ecologismo (sin política) o cristianismo, otros al budismo o esoterismo, otros más encontraron espacios de seguridad en la academia neutral o en las artes posmodernas… Con dolor –es cierto-, se les miró irse.
Aunque también hubo quienes intentaron soportar ese golpe con el único escudo de una delicada esperanza.
Era de apellido Mena y egresado de la Escuela de Sociología de la Universidad Central. Un tipo joven, inteligente y –según comentaban- ‘fogueado’ en la lucha teórica dentro de un partido de la época (FADI). Algo intransigente, eso sí, y a quien la debacle soviética golpeó como el que más. A inicios del año 92, le conocí mientras iba él a la Escuela para conversar con los profesores. Se le vio una o dos veces por semana, durante poco más de un mes. Los primeros días, se presentó inseguro y nervioso en su conversación, con cualquier interlocutor, sobre el momento mundial; luego, compartió esbozos de una teoría, la suya, que ‘explicaba’ ese colapso soviético que le torturaba hasta la última neurona de su cada vez más frágil cerebro. Pasaron las semanas, y mientras su apariencia personal se descuidaba, su conversación se hacía incoherente, y los profesores y alumnos le rehuían, sus teorías pasaron a ser una mescolanza entre Marx, la Biblia y un gran complot mundial. Las últimas veces que lo vi, andaba con ropas sucias, rotos sus gruesos lentes y ya enajenado; llevaba copias de una hoja escrita a mano que pegaba en los pizarrones de los pasillos, a la par de pedir una colaboración por ellas. Luego, desapareció. Alguien comentó que lo habían internado.
Le recuerdo con respeto: cuando otros repudiaron del marxismo por cualesquiera razones o desesperos, él se asomó al abismo que se abría… y, de tanto mirarlo, el abismo miró dentro de él.


DE LA CRUELDAD
Era la librería que en los ochentas del siglo XX traía material desde la Unión Soviética y Cuba; en especial, de la Editorial MIR. Por un lado, había textos de matemáticas, física y técnicos: precisos, implacables y sorprendentemente pedagógicos en su aparente sequedad. Por otro, libros de historia, filosofía, política y arte. Por supuesto, había una amplísima colección del marxismo-leninismo. Cuando se visitaba la librería Progreso, al norte de la ciudad, junto a pequeños cuadros de la Plaza Roja, conmovía mirar u hojear la colección de Obras Completas de Marx y Engels, y otra de las de Lenin: solemnes, grandes, en pasta dura, impecables en su impresión en papel bond de calidad. Recuerdo que la primera abarcaba más de cuarenta volúmenes y, la segunda, unos veintidós.
Con los acontecimientos de inicios de los años noventa, el sentido de existencia de la librería comenzó a decaer y morir, y, con precisión de mercado, subieron los costos de los libros no políticos, no históricos. Un mediodía, en una plaza céntrica de Quito (La Marín), llamaba la atención una venta de libros. Bajo el sol, una mesa larguísima -mínimo de quince metros- atraía gente con la exhibición de los últimos libros de aquella librería. Allí, se ofertaban solo los libros ‘políticos’; pero, era una venta distinta: los libros se vendían ‘al peso’. Sobre ese inmenso mostrador, se apreciaban amontonados muchos textos de diversos tamaños, colores, olores, y, en pulcro orden, en hileras blancas, las últimas colecciones de las Obras Completas... junto a dos balanzas romanas rojas, de plato dorado, de aquellas usadas en tiendas de barrio.
Años complicados y sin dinero, con estupor miró el ímpetu de algunas personas por coger libros, sin importar a qué hicieran referencia. Se los colocaba en el plato de la balanza y se movía el peso a lo largo del brazo de metal, hasta alcanzar el obsceno equilibrio que permitía cotizar las onzas o libras. Así, una y otra vez, miraba mientras le embargaba una mezcla de rabia y dolor ante tal desprecio. Sin embargo, algo de ese absurdo pareció quebrarse cuando, en uno de los extremos de la mesa, una señora con apariencia campesina compraba sin inmutarse únicamente las colecciones de Obras Completas. El vendedor cogía los libros, los pesaba y, mientras sumaba, los guardaba con cuidado en unas cajas de cartón. “¡Vaya, este era el verdadero rescate a Marx por el campesinado,…, o algo parecido!”, se dijo para sí, mientras su corazoncito latía con alguna alegría en medio de tanto mercader. La emoción le llevó a acercarse a aquella señora y comentarle -amplia sonrisa en los labios- lo bonito de su gesto. Con extrañeza, le miró cuan alto era y, con gesto despectivo, respondió que ella compraba los libros porque eran de un muy buen papel que le serviría para su negocio de la venta de mote…
Y en eso tenía razón: en las calles, hasta hace más de una década, las porciones de aquella  amable vianda se vendían en papel…
Retrocedió y se alejó luego de ese bofetón. Caminó sin rumbo, lejos y rápido, y cabizbajo, como para que en su frenesí no se notaran las dos o tres lágrimas que brotaron ante ese cruel absoluto del Valor de uso…


DE LAS MALAS PALABRAS
Era el tiempo de la muerte de las utopías. Las armas del poder se enfilaron contra las diversas formas del pensamiento crítico y la capacidad de pensar desde la izquierda sobre cómo pensar y entender la realidad social, y cómo cambiarla. En aquellos años noventa, el poder del capital mundial no necesitaba perseguir el marxismo: le bastaba con despreciarle, con llenarle de carcajadas e ironías, con botarle ‘al tacho de la basura de la Historia’ para una implacable podredumbre. Los conceptos del cuerpo teórico marxista se convirtieron en malas palabras, impronunciables en foros académicos o palestras públicas, so pena del ridículo o la compasión. Como continente y contenido, ‘revolución y utopía’ se transmutaron en ‘democracia y gobernabilidad’, algo más manejable y menos incómodo.
Una tarde de aquella época, inició la clase. Mientras el crepúsculo devoraba el cielo quiteño, el profesor impartía la cátedra en un aula cada vez más en penumbra. Como eran meses de estiaje y crisis energética, que obligaron a un ritual de apagones en puntuales horarios, la universidad se tornaba desolada de a poquito. Los pasillos y salones se vaciaron, excepto uno: allí, nadie se movió, incomodó o levantó. El maestro continuaba con el tema en poderosa narración que atrapó a los presentes. En poco más de una hora, en completa oscuridad salvo por los rayos lunares atrapados en la ventana, la vida, obra y trascendencia de Agustín Cueva –sociólogo mayor- fue revivida y redimida. Hacía pocos meses que se había apagado su luz precisamente un primero de mayo del 92, y el dolor de su ausencia corroía todavía el alma.
Tengo todo ello muy presente. Magistralmente, en memoria del amigo, el profesor muestra el vigor del pensamiento de Agustín: sus intersticios y batallas, su rigor conceptual como pensador marxista, su gigantesco compromiso en la construcción de la utopía. En la oscurecida aula, denotando tristeza por el compañero de luchas políticas e intelectuales, solo hay una voz profunda y firme que comienza a llenarse de vida al son de malas palabras que desgajan el sentido y la vitalidad del triunfante capitalismo, que perforan y hacen sangrar a esa bestia salvaje,… y ya no importan los ahogos desesperantes que producen la caída del Muro, o la existencia que no era del socialismo soviético, o la muerte de los metarrelatos, o el famoso fin de la Historia: el vigor de la militancia de Agustín en ese campo minado, pero necesario de atravesarlo, que es la Teoría, está presente, aquí, y se puede palpar su necesaria y fascinante contundencia en el relato de quien –quizás- puede ser su único interlocutor válido… La narración continúa a través de sus duras batallas ideológicas en el contexto del marxismo y sus adversarios mientras, a la par, se va percibiendo en medio de la penetrante oscuridad y en silencio profundo cómo se agitan los pechos de todos nosotros hasta sentir que el aire de este presente, de este tan adverso hoy histórico, ya no basta, que es insuficiente para estos espíritus tan llenos de palabras incómodas, alimentados de palabras tan despreciadas por el poder, que es necesario respirarle oxígeno al futuro…, que la Utopía trata de eso, del esfuerzo muy humano por “robar el oxígeno del futuro”, y que el tiempo para hacerlo es siempre el ahora, con impaciencia, mucha impaciencia.

Alejandro Moreano termina la clase cuando la oscura noche ha devorado toda la universidad, con una vitalidad descomunal en el ambiente y con el compromiso mayor de algunos de nosotros para militar en la trinchera de las malas palabras.
(Mmmm, ¿'clase', 'terminar',...?)

 
Marcelo Medrano Hurtado
Quito,   26-11-2013

domingo, 3 de noviembre de 2013


DE LA MEMORIA: SOBRE ARTURO JARRÍN

1. DE LA URGENCIA
No había tiempo ya, era el bien que menos abundaba, allá, por los años ochenta del siglo anterior. Tras el triunfo de la Revolución Sandinista (1979) y los consecutivos éxitos del proceso salvadoreño, el futuro de construcción popular y socialista -para aquellos países y para la región-, estaba a la vuelta de la esquina. En aquel momento, la pregunta era la misma de siempre: ¿para cuándo, nosotros? A la par, sin embargo, la calaña del fascismo en la región exterminaba selectivamente a los mejores hijos de estas tierras. Alfaro Vive Carajo (AVC) nació de las urgencias de aquella época, cuando varias generaciones se hicieron presentes en un movimiento guerrillero: desde militantes con experiencia en la izquierda partidaria o radical hasta jóvenes impacientes con el régimen oligárquico del momento. Su mensaje fue construido en la inmediatez -nacida de la necesidad histórica- de la lucha: la “democracia en armas” configuraba, así, una propuesta posible junto a la justicia social, economía nacional independiente, soberanía nacional y la centenaria construcción de la Patria Grande.
Había urgencia. Acaso sobró descuido ante los adversarios, acaso faltó mayor contundencia teórica; pero con una sola vida a cuestas, vivida en la incertidumbre de la vida guerrillera, en Ecuador u otros países, y en el intento por llenar “un vacío político” de dirección revolucionaria, se proyectó construir sobre la marcha de los acontecimientos.

2. DEL MIEDO
En 1986, un octubre 26, innúmeros balazos impactaron en el cuerpo de Arturo Jarrín, líder de la joven guerrilla. Era ejecutado en un parque, al norte de Quito, tras haber sido capturado en Panamá y traído al Ecuador, luego de una implacable tortura consumada con la presencia, según se comenta, de León Febres Cordero y Jaime Nebot, dirigentes socialcristianos.
Los verdugos fascistas, con impiedad cirujana, torturaron y eliminaron sistemáticamente a la dirigencia y militancia de ‘los Alfaros’ (Fausto Basantes, Hammet Vásconez, Sayonara Sierra, Ricardo Merino,…). Mientras se regodeaban con su sangre, literalmente hablando, aquellos bastardos los borraban de la memoria de la gente a través del ejercicio combinado de la mentira y del miedo.

3. DEL DESAFÍO Y LAS PROMESAS
Un halo como reducto de pensamiento subversivo y marxista envolvía a la legendaria Escuela de Sociología de la Universidad Central, en Quito, que se incrementó tras el asesinato de Arturo Jarrín. A inicios de los ochenta, Arturo fue destacado alumno y dirigente de la Escuela, que abandonó para ejercer una práctica política más efectiva. ¡Tan lleno de las virtudes de la izquierda ecuatoriana y de las ganas de superar los defectos de la misma fue Arturo! ¡Tan repleto de urgencias, como muchos otros!… Una década después, vale recordar, la desaparición de la Unión Soviética, el triunfo del imperio sobre Nicaragua y Centroamérica, la multiplicada agresión sobre Cuba, los llamados al ‘fin de la Historia’ y la posmodernidad,…, configuraron un escenario de vergüenza y derrota para la izquierda mundial. Declararse ‘ser de izquierda’, sostener la organización popular o la batalla teórica marxista implicaba convertirse en una especie de paria de la Historia.
A pesar de ello, siempre es bueno desafiar la muerte y el olvido como lo hace la izquierda: con reverencia desde las entrañas de la Historia. Cuando el poder intentó borrar de la memoria colectiva la figura de Arturo, la Escuela le rindió un homenaje desafiante, profundo y austero: un aula de la Escuela lleva el nombre de Arturo Jarrín (otras dos, de Consuelo Benavides y René Pinto) y una placa, pequeña pero inmensa, retando a las nuevas generaciones de jóvenes sociólogos, recuerda aquello.
Una tumba, un monumento, una placa, para los militantes de izquierda, siempre es una combinación compleja de promesa y de dolor. Dolor lacerando en lo profundo del corazón y el pensamiento, y palabra comprometida de que aquella vida perdida nunca será jamás en vano. Todos, en su debido momento, en silencio profundo, en zozobra de tiempo y quizás de solitaria oscuridad, hemos fijado la mirada en aquellos objetos, y hemos sufrido mucho, pero también prometido promesas individuales que nos mantienen vivos y dan sentido a nuestros actos.
Cuando muchos escondieron la cara, aquella placa nos recordaba los treinta balazos sobre su cuerpo y, hoy, sigue siendo un desafiante homenaje al Comandante Arturo. También, a no dudarlo, es la invitación a una promesa que marcará alguna vida.

4. DEL PALIMPSESTO
Alguna vez, la pared fue blanca; luego, la fueron llenando de mensajes. Un día, esa pared rectangular se blanqueó nuevamente para dar paso a una frase, en azul intenso, que invitaba al poder popular. La Brigada Fausto Basantes, de AVC, había llegado a nuestro barrio. Hace más de veinticinco años de aquello. Después, con el acecho fascista de turno, el movimiento fue diezmado, y la pared comenzó a recibir sobre su piel otras frases, dibujos, manchas…, que sofocaron y borraron paulatinamente aquella roja consigna en azul. La prisa de los vecinos ya no se detuvo otra vez ante esa pared que fue olvidada en la historia del barrio. Mientras se iba descascarando, su base se lleno de hierbas y, junto, algo de basura la acompañó. Y así, durante más de dos décadas…
Los caminos de la memoria son extraños, y es un reto vital sostenerla contra el poder. Pero, quizás, de manera imperceptiblemente reverente, el pueblo cuida cosas, personas, mensajes,… En aquel mensaje original, en su extremo inferior izquierdo, se firmaba como ‘AVC’. Y aunque la pared recibiría decenas de dibujos, palabras, rayones, uno encima de otro, a través de algunos lustros, sorprende mirar todavía, para este 2013, aquellas porfiadas tres letras. ¿Por qué tan profundamente dilatada la permanencia de esas letras en aquella pared? ¿Por qué nadie las tocó, vulneró o borró? Y ¿por qué todavía nos acompañan, allí, con porfía, donde algún militante de AVC las rubricó hace tanto tiempo? Quizás era permitido pintar toda la pared pero nunca –impensable- vulnerar lo esencial de quien firmara el inicial mensaje. Acaso una fuerza simbólica tan llena de historia existe en el pueblo que, a pesar de los años, las generaciones y las sucesivas pintarrajeadas, respetó aquellas siglas. Tal vez, todo en la pared era borrable, vulnerable, efímero, menos ese trío de letras…


O, quizás, simplemente, la piel de aquella pared sea parte de la piel de la Historia que el pueblo ecuatoriano, a pesar de todos los ataques, respeta y recuerda…

6. DEL MÚSCULO SECRETO
Cuando esta semana (29-10-2013) la Asamblea Nacional del Ecuador condecoró post mórtem a Arturo Jarrín, los asambleístas socialcristianos y de la agrupación Madera de Guerrero abandonaron la sesión. Inaguantable hubiera sido su presencia en un homenaje así: el terrorismo de Estado ejercido durante el gobierno socialcristiano, y que cobró la vida de muchos luchadores sociales, entre ellos del mismo Arturo, está pendiente de ser juzgado.
Beatriz Jarrín asumió inmediatamente la trinchera de la lucha por la justicia ante el asesinato de su hijo, Arturo, y la sostuvo, durante más de dos décadas, junto a su familia y a familiares de otras víctimas, y a defensores de Derechos Humanos. Su cuerpo ya cansado por la edad, con mucho de valentía, mucho de indignación y amor infinito de madre, se revitalizaba cuando de denunciar se trató.   Imposible aquilatar el significado de una lucha de tal naturaleza, solo sé que es necesaria. Afectada fuertemente su salud (“estaba ya malita”), a pesar del dolor agudo de la injusticia, algo la sostenía en su lucha todo este tiempo. Con un hilo de vida aguantó y aguantó y aguantó hasta aquel martes 29 cuando, justo después de terminada la ceremonia para su hijo, se dejó ir…
(La historia de los familiares que luchan por justicia sobreponiéndose a su dolor cotidiano es todavía una deuda pendiente en el país).
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FINAL
No es permitido un cortejo fúnebre con las palabras. Tres décadas después, el legado de Arturo Jarrín y AVC sigue siendo la necesidad permanente de la revolución. Y el mejor homenaje, mantener su memoria viva.

Marcelo Medrano Hurtado

03-11-2013