lunes, 28 de noviembre de 2016



FIDEL

1. “Murió Fidel”: tras esas dos palabras, como un rayo que enceguece, te parte en dos y te asfixia, llegó la devastación... Y lloré.  

2. "¡Fidel, no!”, era el único a quien le había negado yo el derecho a morirse. En estos dos días en que la memoria política nos alcanzó de golpe en un segundo, Fidel siempre estuvo allí, despierto. Aunque su partida fuera deseada y anunciada decenas de veces en los últimos años por los poderes de este mundo, nuestro Hermano Mayor se mantuvo valiente, atento, insomne por décadas.

3. El asalto al cuartel Moncada fue también el asalto a los sentidos en disputa. Con Fidel, el Che y Cuba, aprendí el respeto a las palabras ‘compañera’ y ‘compañero’. Pronunciarlas o no han sido como trazar una línea en el piso y dividir el mundo: la máxima confianza, la extrema democracia en la jerarquía, la unidad fuera de fronteras, edades, temores y saberes. Mientras, por los años sesenta, Europa hablaba de ‘la muerte del hombre’ y se refugiaba en el desafío del texto; acá, se intentaba construir un ‘hombre nuevo’. Frente al individualismo a ultranza, las compañeras y los compañeros en acción de construcción. Y, allí, el compañero Fidel desde su gigantesca trinchera. 

4. La Revolución Cubana cambió el curso de Latinoamérica. La resistencia al salvaje bloqueo ha implicado porfiada permanencia para la materialización de un socialismo en condiciones extremas. Si la izquierda debe algo a Cuba es precisamente eso: su ejemplo de que la posibilidad de transformar la realidad es real. Y esto nos ha llenado -por décadas- de contenidos nuevos de justicia y de belleza en medio de tanta podredumbre. Contra los corifeos del imperio que gritan –ahora- a los cuatro vientos los supuestos ‘cambios inevitables’, Fidel es, en pleno siglo XXI, Comandante y Apóstol de Cuba.

5. La derecha festeja y dice idioteces, como la de situarle a Fidel exclusivamente en el marco de la Guerra Fría. Cuando en 1991 desaparece la Unión Soviética y Cuba entra en un tenebroso periodo especial de sobrevivencia, y a la par se endiosan las llamadas ´crisis de los paradigmas’ y la ‘muerte de la Historia’, la palabra firme del Comandante orientó la lucha en esa tormenta. Durante más de dos decenios después, impertérrito, pero abriendo trincheras, Fidel siguió como conciencia, no solo de Cuba y Latinoamérica sino de toda la Humanidad.

6. Ahora, la realidad se ha colmado de dolor y no debe llenarse este vacío con un obituario porque, Comandante, solo basta constatar que sigues despierto, insomne…



Marcelo Medrano Hurtado
Quito, 27 noviembre 2016

domingo, 29 de mayo de 2016


HIROSHIMA Y OBAMA


Marcelo Medrano Hurtado
29 de mayo de 2016


LA CENIZA

Eran las 8 y 15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 cuando, a 600 metros de altitud, la bomba explotó en una bola de fuego infernal; en microsegundos, el aire hirvió a decenas de millones de grados centígrados. Abajo, se incendiaron, reventaron, se desintegraron, se vaporizaron. Tras la explosión, la onda de choque a unos treinta mil grados centígrados (cinco veces la temperatura de la superficie del sol) avanzó a velocidades escalofriantes devorando absolutamente todo. Vino entonces la segunda esfera de fuego a reforzar la primera, y se extendió por kilómetros… Luego, en la hirviente atmósfera de devastación, hubo un perfecto silencio que el viento interrumpió con la lluvia de ceniza humana de 70 mil personas.


EL PODER

Obama en Hiroshima, hace pocos días, fue directo: “Han pasado 71 años desde aquel día. Era una mañana luminosa y sin nubes. La muerte cayó del cielo y el mundo cambió”. Para el poderoso, la muerte sobre la ciudad solo llegó como destino fatal, sin mano visible que portara ese demencial sol sobre aquellos humanos copos de ceniza. El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, en su visita a Japón en abril de este año, indicó que Estados Unidos no iba a disculparse con nadie por el lanzamiento de las bombas atómicas. Efectivamente, eso ocurrió. La mayor potencia en armamento nuclear no tiene que mendigar perdones ni comprensión.

Quien sí pidió perdón al mundo tras el uso de las bombas fue Albert Einstein. En 1939, y alarmado por las investigaciones en fisión nuclear realizadas por la Alemania nazi, escribió una carta al presidente norteamericano Roosevelt solicitándole avanzar en esa misma línea de trabajo. En octubre de 1941, dos meses antes del ataque japonés a Pearl Harbor, en el Pacífico, y que involucró a los Estados Unidos directamente en la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt recibió la aprobación para la creación de la bomba atómica.

Einstein se convirtió, luego, en ferviente defensor de la paz y de la necesidad de un gobierno supranacional que poseyera el conocimiento y el control de todo armamento atómico. En 1953, en carta al filósofo japonés Seiei Shinohara, Einstein le mostró su remordimiento: "Condeno totalmente el recurso de la bomba atómica contra Japón, pero no pude hacer nada para impedirlo"; sentimiento que, plasmado en su melancólica mirada de postguerra, le acompañó todos esos años hasta el día de su muerte.


LA DEMENCIA

El mundo puede explotar varias veces con el armamento actualmente existente. Tras la desaparición de la Unión Soviética, la amenaza atómica se diluyó de las agendas progresistas. Sin embargo, la locura en su uso está latente. En 2009, durante uno de los genocidios de Israel sobre la Franja de Gaza, el entonces diputado y luego ministro de relaciones exteriores, el sionista Avigdor Lieberman, pidió a su gobierno la misma solución al problema palestino que la usada por los Estados Unidos contra Japón. Israel –que no Irán- posee unos 400 misiles con carga atómica. Sin control. O el reciente deseo del candidato presidencial republicano Donald Trump al proponer que Japón y Corea del Sur se armen con arsenal nuclear para enfrentar a Corea del Norte sin ayuda de Estados Unidos, en declaraciones que después reculó. 


LA MILITANCIA

Al pie del obelisco de 169 metros de altura, en honor a Washington, una camioneta alarma a toda la nación. En su interior, habría 500 kilos de explosivos. El secuestrador del monumento de mármol y granito iba a “hacer(lo) estallar si no se prohíben las armas nucleares". Tras varias horas en que infructuosamente exigía, como ‘rescate’, que se inicie un “debate nacional” sobre el armamento nuclear, era fulminado aquel 8 de diciembre de 1982, en vivo y en directo, por los francotiradores.

Antes, Norman Mayer, ‘kamikaze antinuclear’ de 70 años, había permanecido dos meses en un plantón frente a la Casa Blanca, sin resultados. En el obelisco, la camioneta estaba vacía.


LA GRULLA

Y, como es obvio, Obama tampoco habló de la lluvia negra que cayó sobre los sobrevivientes. 245 mil personas murieron hasta finales de 1945 y miles más de hibakushas, como Sadako, llevaron impregnados en su piel el horror de aquellos 6 de agosto, en Hiroshima, y 9 de agosto, en Nagasaki. Para 1954, Sadako Sasaki acusó ya los primeros síntomas con hinchazón del cuello y el púrpura en sus piernas. Fue internada. A sus doce años, en una cama de hospital, se aferró a la vida: con todas sus fuerzas, en desesperada lucha contra la leucemia, comenzó a doblar inanimados papeles para dar vida a mil grullas de origami que, según la esperanzadora leyenda japonesa, cumpliría sus deseos imposibles. Mientras su habitación pequeña se poblaba de decenas y, luego, cientos de coloridas grullas, cada pliegue en cualquier pedazo de papel se le hizo más difícil hacerlo… El 25 de octubre de 1955, falleció; pero las grullas en origami son, ahora, símbolo del deseo de paz.


LA URGENCIA

La historia indica que el lanzamiento de las bombas atómicas condicionó la rendición de Japón ante los Estados Unidos, y no ante la Unión Soviética que, tras derrotar al fascismo en Europa, se preparaba para el combate en el Pacífico. Que el frente comunista se amplíe hasta Japón fue frenado con dos esferas de fuego. Setenta años después, una madrugada atómica es un fantasma que se cierne sobre el planeta. El armamento nuclear es un problema para la humanidad, y su solución pasa por un sistema no capitalista. Aquello de “socialismo o barbarie” conlleva, ahora, la urgente necesidad de la militancia mundial antinuclear.

Marcelo Medrano Hurtado
29 de mayo de 2016
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jueves, 28 de abril de 2016



7,8

I.
Terremoto de magnitud 7,8: tanto desespero en tan corta frase.
Muerte y angustia. Dolor que abre de un tajo el corazón. El 16 de abril se instaló en la profundidad de nosotros una lágrima mayor.
Esa noche, intenté dormir, y lo hice en la madrugada con la mirada fija en algún punto del techo que, pensé, tal vez podría venírsenos encima. A la mañana, muy preocupado y triste por lo ocurrido cuando las primeras noticias hablaban de la destrucción y de la tierra como un monstruo despierto que, indomable, se niega a descansar. Y entristecí más. Y me sentí ruin porque, en mi soledad, con las imágenes de la destrucción, pensé que mi dolor alcanzaba el nivel de sufrimiento de las víctimas.
Tuve miedo también. Estas catástrofes han significado regresión de pueblos.
Había devastación por fuera y por dentro…

II.
A segundos del cataclismo en la oscura noche, solo buscamos abrazar, abrazarnos; pero estábamos incompletos hasta tener a todos los nuestros en el abrazo que nos dice: “estoy aquí, contigo; estás conmigo”. Y agradecí que la muerte no se haya llevado a la gente mía. Pero, como golpe por la espalda, este egoísmo me impactó al imaginar –y luego corroborar- que muchos otros no pudieron ser abrazados más que por los infames escombros…

III.
Sientes…, ¿qué sientes al tambalear con el cataclismo devorador? ¿En qué piensas al pisar por momentos eternos una gelatina que no cesa de moverse? Y, después, ¿qué te motiva a salir de tu castillo de cristal y dejar de ser, por horas o días, el centro del universo para reconocer que el núcleo de todo está en los otros, sobre todo en aquellos que reciben las bofetadas de la naturaleza? ¿Por qué extiendes tus brazos y ofreces algo parecido a ayuda y consuelo? ¿Quién eres para hacerlo? ¿Quizás hay una lágrima contenida, atrapada en el abismo que somos cada uno de nosotros, construidos tan a imagen y semejanza del yo, y tan lejos bien lejos del nosotros?

IV.
Inmediatamente -lo que debe enorgullecernos-, fue la solidaridad la que multiplicó miradas y desesperos, brazos y esfuerzos, y agua y alimentos y vituallas y ropa y medicinas y mensajes: ‘no están solos’, y ‘resistan’, y ‘carajo, el camión está lleno, venga el otro’, y el otro, y el otro…
¿Cómo entender esto? ¿Acaso es solidaridad, a veces tan metafísica como complaciente con la limpieza de conciencia? ¿Qué pasó? La sociedad es salvaje, incluso más que la propia naturaleza, y no bastan las sonrisas ni los abrazos. Por ello, creo que no es solidaridad o, más bien, es solidaridad y algo más. ¿Qué?

V.
Guayaquil. El puente de la avenida de las Américas no soporta el feroz bamboleo y se va quebrando. La mole de cemento colapsa en un triángulo cruel: el extremo de un segmento de la estructura se sostiene sobre una columna mientras el otro besa el suelo y, en este vértice siniestro de muerte, un automóvil aprisiona a dos personas.
Automóviles iluminan ese resquicio demente. De pronto, lo inaudito. Acaso estupidez más que valentía. Tres, cuatro personas se introducen bajo el puente en un espacio menor al metro de altura y llegan al auto. Encuentran que hay vida adentro. Y proceden a un rescate. ¿Qué motiva a personas a entrar en una trampa que de tan frágil en su fragilidad podía efectivamente colapsar sobre ellas?
No es únicamente solidaridad lo que está en juego, es la maldita manía humana de tener brazos como extensión de la cabeza y el corazón. Por ello, hay tantos héroes y heroínas que rescatan, que resisten. Cuando los cientos de toneladas de ayuda van por aire, tierra y mar, y que gritan a viva voz: ‘no están solos’, no se trata únicamente de solidaridad, porque no es solo dar: es extender el brazo para dar y para impedir que los otros extiendan el brazo para pedir.

VI.
La tragedia toma dimensiones apocalípticas para el pequeño país con cientos de miles de afectados. Hay en albergues y refugios cerca de 30 mil personas, población igual a dos veces la ciudad de Baños. Solo imagine usted las necesidades cotidianas de estas tres decenas de miles. Ahora, imagine la racionalidad en el abastecimiento -a estas personas- en un proceso continuo, incesante, sin descanso. En general, el suministro total a cientos de miles, con miles de kits diarios, está entrando en su tercer ciclo; es decir, la población afectada en su totalidad ha sido cubierta ya por dos veces. Igual, en atención de salud y en servicios gratuitos. Y lo seguirá siendo, en un hecho sin precedentes en la historia del Ecuador.
Y hay que continuar con aquello, no es negociable.

VII.
Tenemos los brazos que hagan falta, aunque –hay que decirlo- algunos están acostumbrados a extender el brazo solo hasta los bolsillos, propios o ajenos. Y son quienes miran con desconfianza lo que viene. Hay grandes empresas y grupos económicos que ganan más de mil millones de dólares al año, y han entregado para esta causa dos o cuatro millones. Un fragmento de fragmento que maquilla el fingimiento de la pena. Acaso la familia que recibe un salario básico entrega proporcionalmente más, sobre todo porque, aunque suene a chirridos a los oídos de los poderosos, es quien dice a las hermanas y hermanos que se encuentran en la zona del desastre:
¿Necesitas? Ten.
¿Necesitas más? Ten más.
¿Necesitas mucho más? ¡Ten mucho más!
¿Necesitas por más tiempo? ¡Lo tendrás por más tiempo!
¡E incluye un abrazo!

VII,VIII
El agua sirve para calmar la sed y es necesaria porque, vaya la obviedad, si no la tomas, durarás poco tiempo. Y necesitas alimentarte porque –obvio- si dejas de hacerlo, mueres. Esta lógica tan simple se pervierte cuando agua y comida se convierten en mercancías. Parte de la utopía es pensar en un mundo futuro en que los valores de uso predominen sobre los valores de cambio; en que el agua y el alimento que calman la sed y el hambre se entreguen según las necesidades de las personas.
Cuando Rafael Correa afirmó el 20 de abril: “Si alguien (…) va a la UPC, puede tomar el agua cruda que necesite para bañarse, lavarse los dientes; el agua para beber que necesite (…). La idea es que el agua no tiene límites”, pronuncia una frase radical que rebasa la lógica del abastecimiento y de la planificación institucional (aunque se sustente también en aquella) y que pone en primer plano el valor de uso de las cosas: según la necesidad, porque, en base a esta -y duélale a quien le duela- se han llenado camiones y camiones. Y se lo sigue haciendo.
En algún momento de este siglo, echó raíces en la sociedad tanto el brazo implacable que está dando vida como la frase radical propuesta en defensa del valor de uso; se han entrecruzado y, en el momento actual, afloran hermanadas. Sin aspavientos ni autoelogios, ha brotado una microutopía anclada en los miles de brazos que se extienden hasta sostener la zona del desastre en comunión con una planificación democrática que garantiza el abastecimiento y la futura recuperación.
Pero, esta microutopía es un terreno en disputa y la única manera de sostenerla es radicalizándola.
Hay mucha fortaleza en el ambiente, pero también fragilidad: estamos en juego, hacia afuera, cuando sentimos que se construye un nuevo nosotros y, hacia adentro, cuando buscamos fortaleza en nimiedades como una lágrima atrapada o la necesidad de abrazar y abrazarnos. Eso sí, a pesar de cataclismos. O con ellos.

Marcelo Medrano Hurtado
Quito, 27 abril 2016