sábado, 23 de noviembre de 2019

(Nota. Este análisis trae descripciones explícitas de escenas de la cinta)



SOBRE EL GUASÓN


Para A., para cuando por fin vea la película



    1.       ¿VÍCTIMA O VICTIMARIO?

Algo no está bien cuando adolescentes bromean contigo robándote un letrero que sirve para tu trabajo y que, en su rescate, te lo rompan en la cara y luego agoten sus energías pateándote en el suelo sin compasión alguna.

Y además algo está peor cuando, dependiendo tú del Estado para una medicación especial por tu trastorno mental, te la niegue e inmisericordemente elimine de su presupuesto lo correspondiente al sistema de salud.

Ambos casos Arthur Fleck los resuelve por el sendero de la normalidad amable: tengo una aspiración, un sueño que me acompaña desde niño: ser un comediante reconocido. Es solo cuestión de tiempo y de oportunidades.

Sin embargo, el decurso de los acontecimientos le depara otro camino. Para ese ‘algo que no está bien’: ante una agresión brutal por parte de tres tipos borrachos, hombres de negocios que en un tren imponen su salvaje ley del más fuerte, el arma entregada a Arthur -casi en broma y que se ha convertido en su anónima acompañante- resuelve el ataque. Y para ese ‘algo está peor’: la sensación característica en quienes tienen un trastorno mental y suspenden intempestivamente el tratamiento es de control, pues dejar la medicación de manera abrupta lleva a ilusionarse con que, sin medicamentos, por fin se encuentran mejor. Esta frase es exclamada por Arthur en su departamento instantes después de asesinar a Randall, su cobarde excompañero de trabajo.

El filme enrostra al espectador a decidirse si Arthur es víctima de la sociedad que le excluye o victimario de la misma.

    2.       ADENTRO…

Arthur se aferra a la normalidad. Y a aquella normalidad que no es conflictiva y que la sostiene su madre. ‘Feliz’, le llama ella. Un adjetivo –algo que califica- devenido en nombre propio, como para resaltar una condición espiritual de Arthur. Pero su espalda descubierta y su torso al aire recogen una esmirriada figura compuesta de alambres que pugnan por saltar, por romper la piel y reventarla con su energía contenida, con su oscura tristeza de siglos acumulada. Esa pesadumbre represada en esos labios que, tras colocar los índices y llevar con fuerza las comisuras hacia arriba, le rebotan tan duros a Arthur, tan rígidos, tan de acero.

Sin embargo, el quiebre del ya desempleado y solitario Arthur se da con la lectura de una carta, de un texto repetido infinitamente con puño y letra de su madre, en que se enlaza un reclamo, una promesa de amor y una súplica hacia Wayne. Momento doloroso de la película que permite recuperar la historia perdida del personaje.

Al inicio del filme, Arthur sueña como su padre a Murray, el famoso presentador de televisión, omnipresente todos los días en su departamento. Tras la carta, esa emotividad y necesidad represadas se dirigen hacia Wayne. Incluso el encuentro con su posible medio hermano en su mansión hace que ‘Feliz’ le entregue lo único que tiene: la posibilidad de una sonrisa. Pero Wayne es implacable y marca los límites con violencia. Arthur va al asilo de Arkham a liberar nubarrones estancados o bloqueados en la memoria. “…y fue encontrado atado a un radiador”, puede leer... puede leerse a sí mismo en unas amarillentas hojas, y el personaje se derrumba mientras una lágrima atraviesa la mejilla del espectador. ¡Cuánto dolor y frío! ¡Cómo duele caer en un abismo! ¡Cómo asfixia retornar al infierno cuando niño…!

El trastorno psicológico encuentra un origen violento y perverso. No es solo la sociedad que lo golpea y denigra; su propia familia le ha vulnerado y cosificado. Ahora sí, Arthur está verdadera y desoladoramente solo. Asesina a su madre y, tras vaciarlo, como en un vientre materno helado, se encierra en su refrigerador. ‘Feliz’ ha muerto, o nunca existió.

Pero cuestionando nuestras nociones de ‘normalidad’, renacerá como un ave fénix de pesadilla.

    3.       ROSTROS

Después de su renacimiento, abandona su departamento y trae lo que será ya su nuevo rostro de payaso en que sobresale su roja sonrisa cuya comisura derecha no es simétrica con la izquierda, pues se eleva unos centímetros sobre su mejilla. Igual su ceja derecha. Expresión que semeja como si levantara esta ceja y apretara su sonrisa del lado izquierdo. No es un yo proporcionado o equilibrado el que entra al ascensor; esta asimetría solo lo refleja. Forma y contenido se vuelven absolutos y encajan entre sí.

Después, en el tren, tras la persecución de los detectives que se inicia en las escaleras de la calle, el Guasón se coloca una máscara de payaso con la cual busca confundirse con el resto que también usan idéntica careta.

Luego sale y camina hacia el espectador mientras la policía corre hacia el tren que está a sus espaldas. Cuando lo hace, se quita la máscara de payaso. Mientras lo hace, doble rostro de payaso, fantástica escena que desemboca en que una de ellas irá a parar en el basurero.

    4.       ESCALERAS

El Guasón acaba de arrebatar al empleado el expediente de su madre en el asilo de Arkham. Corre a través del pasillo y baja por las escaleras. Se detiene y lo lee. Es el descenso al infierno de la memoria… Está abrumado, petrificado, solo. Y nosotros con él.

Muchas horas después, y ya con su nuevo rostro e indumentaria, fuma a punto de bajar unas escaleras en la calle. Esa escalinata que subía para llegar a su hogar y que, desde abajo hacia arriba, parecía que debía subirla por siempre hasta alcanzar un umbral luminoso. Ahora, la ruta es inversa. La música resuena en su cabeza, bota el cigarrillo y baila mientras desciende. El baile se torna frenético, pero es muy equilibrado; acaso por lo complicado de bajar gradas bailando. La música taladra el cerebro del espectador al recordar al pedófilo de la vida real que la compuso y rememorar la violencia contra el pequeño Arthur. Es el equilibrio y belleza de una danza macabra; es el descenso desafiante, consciente y magistral de un demonio hacia lo más profundo del infierno en que había caído ya.

    5.       SHOW

A su ingreso al set de televisión, el Guasón construye una fantástica escena que, con el transcurrir del diálogo, se desquicia.

Cuando el ‘yo’ es representado, no hay ‘yo’. Y cuando hay espectáculo, no hay actores, solo espectadores. El ‘yo’ se vuelve mercancía; cualquier ‘yo’. Eso intentará desafiar ante Murray, el presentador.

Se quiere contar un chiste, pero los acontecimientos giran alrededor de lo que no se puede comentar o cuestionar ante las cámaras. El Guasón habla, pero ya no actúa ni representa el papel de nadie: es él mismo. Es un ‘yo’ que petrifica a los espectadores del programa de televisión en la película, y a los espectadores de la sala de cine.

Horas antes, el Guasón parecía haber sido seducido por el suicidio al ensayarlo como parte de su rutina de comediante, con el arma de fuego colocándola bajo su mentón mientras simula disparar. Cuando dispara contra Murray ya en el programa de televisión tras un diálogo de antología, manda un mensaje impensable: destruir a los medios de comunicación que han convertido todo en espectáculo para reafirmar ese ‘yo’ que aquellos invisibilizan. Por ello, se acerca con su rostro salpicado de la sangre de su víctima (o victimario) y agarra una cámara del set. Ya no hay representación, solo aquel ‘yo’ que se desborda, nada más.

    6.       RISA

Producto de su trastorno, la risa de Arthur surge siempre descontrolada en cualquier situación. Es incómoda y le hace sufrir pues le perfora su personalidad. Es un obstáculo para comunicarse. El ser humano utiliza el lenguaje como construcción social: no solo habla con la lengua, también habla en la lengua. La recrea internamente en su cotidianidad, le da sentidos, y forma parte de la identidad individual y social.

Cuando el Guasón se encuentra en el set de televisión y su estrambótico colorido se combina con un diálogo desesperado pero preciso, su risa ya no le incomoda; es coherente con su relato y reacciones: en el nuevo y desquiciante equilibrio, forma parte de su personalidad.

    7.       … Y AFUERA

La crisis social ha llegado a Gotham City. Entre las ratas gigantes –alusión directa al hecho verdadero en Nueva York- y el desempleo, la gente se ha levantado. Hay marchas crecientes de reclamo. Pero el poder habla con tranquilidad a través del candidato multimillonario pero nada filántropo Thomas Wayne. Tiende sus redes y se prefigura como salvador; al fin y al cabo, la sociedad tiene sus formas de reabsorber esa conflictividad.

Tras el ¿homicidio/asesinato? de los tres sujetos en el tren, la figura de un payaso justiciero trastoca la dinámica del reclamo por la crisis. Adquiere una resignificación que no es solo cuestión de simpatías. ‘Todos somos payasos’, se asume la muchedumbre, rechazando la violencia verbal de Wayne al desconocer desde la óptica del poder el carácter de sujetos de todos y cada uno de quienes reclaman (“los que hemos hecho algo de nuestras vidas no podemos ver a esos revoltosos más que como unos payasos”).

Arthur puede ser ajeno a la política y no encontrar relación con ese sujeto social que reclama. Incluso lo reafirma en el set de televisión. Y antes también cuando sube en el tren mientras huye de los detectives -se trataba de un tren que llevaba a los manifestantes hacia las zonas de conflicto y él se baja a medio camino, resaltando la división entre su nuevo destino y la lógica de la lucha social.

Arthur puede ser ajeno a la política, pero no a esa resignificación social de una acción suya. Contundente punto de inflexión de la cultura política de Gótica: como sucede en la modernidad, la dinámica política camina entre la exigencia de la capacidad política del sujeto social y el poder de la reproducción del capital para organizar la vida social. Esta tensión se refleja en la cinta en que aparece siempre como narración externa al personaje, hasta el desenlace final en que ambas chocan.[1] Cuando el Guasón se incorpora y de pie sobre el auto sonríe, y pinta con su sangre la sonrisa en su rostro, el individuo aislado empató con el sujeto social y comprendió su lugar en esa lucha.

    8.       LUCES

Finaliza la película. Se encienden las luces. Todos los rostros lucen un rictus. Aquella pregunta inicial de este ensayo parece resuelta. Imborrable.

    9.       CRÉDITOS

Los primeros planos del rostro de Arthur son impecables. Cada músculo está en su lugar y cada enfoque no repite el anterior. Incluso cuando lo tiene pintado. Su cuerpo, igual. Espectacular actuación. Ovación de pie. No sé si entregarán a Joaquin Phoenix El Óscar, pero él ya se llevó El Joker.


Marcelo Medrano Hurtado
(Quito, 24 – 11 - 2019)



[1] Por ello, no yerran quienes ven como metasignificante el telón de fondo de la crisis del capitalismo.

sábado, 8 de septiembre de 2018

DE LOS ANTROS INNOMBRABLES



DE LOS ANTROS INNOMBRABLES


1.

La fachada está pintada de negro. Solo un letrero pone algo de color al ingresar a este Antro Innombrable…


2.

La jornada va desbordándose. El lugar se llena o, mejor, siempre está lleno. Ingresas. En dos hileras, las mesas, pequeñas, invitan a tomar asiento. La barra, a la izquierda, como una especie de ‘S’ alargada. Frente a ella, mesas especiales con espejos grandes a sus espaldas, sin divisiones entre ellas. Siempre el ambiente a media luz, la necesaria para reconocer los rostros y para servir las cervezas sin derramarlas.


3.

La ‘unidad de medida’ es el ‘combo’: tres cervezas grandes a precio cómodo, popular, sin aspavientos ni abusos. Un bar se define por sus costos: o te abre los brazos con respeto, o tú abres tus bolsillos para entrar.

En medio de la mortecina luz, tomas asiento, pides un combo, te acomodas y miras alrededor; recibes lo solicitado junto a una guía de canciones para el karaoke. Seleccionas dos: todas las mesas escogen dos canciones personales, suyas, íntimas, en un ciclo interminable hasta la madrugada entre todas las mesas y asistentes. Siempre hay quien canta; cada mesa prodiga ritmos, letras, sentidos, sentimientos variables desde su micromundo aislado e individual. A veces, eso sí, alguna voz atormenta los oídos… Es mi caso, sí, lo sé; de allí mi respetuoso silencio casi permanente. Cada mesa es un centro o un punto de fuga cuando de sus temas se trata. La geografía de un naciente ritual se vuelve múltiple. Y el honorable público escuchador responde con palmas o, algo característico de un Antro Innombrable, desde cualquiera otra mesa alguien anónimo invita y envía una cerveza o un combo, sin compromiso, solo saludando el tema que, en esa noche, materializa algún fantasma en nuestra sensibilidad.

Escoges tus dos temas, llenas los vasos con la cerveza inicial y, de pronto, algo raro te atrapa si llegaste por primera vez: entrecierras tus ojos y te sorprende la penumbra, las pantallas con la letra de las canciones, la Veci o el Veci en la barra, las gentes en las otras mesas, dudas de si fue una buena elección ingresar. Saboreas el líquido espirituoso hasta que, de pronto, luego de conversar, cantar, escuchar, hay una extraña pero creciente tranquilidad en el ambiente, pues acabas de comprender que las barreras caen y estás escuchándote esa voz interior, tuya, propia, cotidianamente silenciada. Es la cartografía de las particulares rutas personales que, como en Roma, conducen a un mismo lugar.

Por esta razón, aunque el bar estaba repleto muchas veces, había siempre espacio para alguien más; y, por la misma característica, bastaba que esté una sola persona allí para que el bar esté también lleno, pleno, rebosante.





4.

Un Antro Innombrable debe tener esa capacidad desbordante de alternar entre ceremonias y fiestas. No se trata de un bar “temático”, ni de un espacio donde la violencia económica (‘tanto tienes, tanto vales’) y, en consecuencia, simbólica define los festejos. Al contrario, debe tener la cualidad de reinventarse en la gente misma, en sus mundos interiores generalmente fantasmagóricos y desolados, construyendo solemnidades que solo la generosidad de espíritu construye.

Quizás por todo esto, en estos 4 años y más que he visitado el Antro, no he visto ejemplos de agresividad o penitencia -no son necesarias aquí esas formas de escape-, aunque sí, de ironía y melancolía.


5.

Y, de pronto, eres tú quien invita una cerveza o un combo a un/a cantante anónimo de una mesa de allá, lejos. Y te llena de agradable alegría el hacerlo. Y te ves recibiendo un vaso o botella de bebida de alguna persona desconocida, a quien agradeces sin más, mientras los temas te atrapan y te vuelves partícipes de ellos. Y, de improviso, las canciones son alegres y una pareja baila con una canción, mientras la Veci pide que se sienten, que si no la policía o la intendencia les multará, y tú te sumas al ruedo y brindas y cantas y vuelves a brindar hasta que el siguiente tema te cambia el ritmo, pero ya estás de pie y te acercas a la barra y pides un combo –la unidad perfecta de medida- y brindas con todos los que están allí, y hasta decides ser el coro de la siguiente canción… De pronto, te animas y pides tus dos temas de rigor: es el momento. Llega el micrófono y lo dices sin aspavientos: ‘esta es mi canción’… ¿Será por eso que siempre he pedido un tema –que no daré su nombre- y que me ha hecho derramar lágrimas al entonarlo? Para muchos, este punto es el preámbulo del colapso cuando existe la combinación del estallido interno entre alegría y desmoronamiento interior, y todos, por fin, somos solamente eso: humanos…


6.

Hay una dimensión política en un Antro Innombrable basada en que no te reciben por tu dinero y llenas de generosidad el ambiente, pues si el dinero tiene la capacidad de aceptar la oferta de lugares y llega a afirmar la cosificación de las personas, tú puedes cumplir con los intercambios mercantiles casi en forma del valor de uso. Existe una producción social del sentido a contracorriente. Generas entonces una microutopía de tranquilidad, con personajes y topografías basados en un casi primigenio derroche.

Y esa es la razón de su quiebra. Hoy, InShot, ha cerrado sus puertas. La Veci y el Veci, dueños del lugar, personas de amable tesitura, acaban de notificarlo.




Marcelo Medrano Hurtado
(Quito, 08-09-2018)

lunes, 9 de octubre de 2017



SOBRE EL CHE – 50 AÑOS CON ÉL


1.
Rememorar al Che, sin que esto sea un mensaje de obituario, pero con un nudo en la garganta, es repasar su presencia no solo en la Historia, sino en los seres humanos concretos que lo conocieron y se forjaron con él. Por ello, es válida la pregunta: ¿Qué vieron, en el Che, los ojos de la humanidad de hace más de medio siglo como para hacerlo referente de las luchas libertarias en todo el planeta y que, hoy, permitan contar sobre su trascendencia histórica a las nuevas generaciones?

2.
Entre los múltiples sucesos, vieron a los (otros) 300:

Eran los fines de diciembre de 1958. Para el avance de la guerrilla, la provincia de Santa Clara era clave; conquistarla significaba partir en dos la isla. Contra cerca de 3.900 soldados, tanques y un tren blindado, 300 guerrilleros al mando del Che tomaron la ciudad de Santa Clara, en una de las gestas militares más importantes de la Revolución Cubana. “Teníamos una bazuca sin proyectiles y debíamos luchar contra una decena de tanques”, rememoró el Che. En agotador combate, el tren fue “descarrilado por un manotazo del pueblo” (Silvio) y, doce horas después, Fidel anunciaba la caída de la dictadura de Batista. Cuando, el 8 de enero de 1959, los Barbudos entraron victoriosos en La Habana, eran ya una leyenda.

3.
Mas, la ‘leyenda’ no se trataba solamente de una lucha militar contra una feroz dictadura, iba más allá: para el Che, la guerrilla era un ‘catalizador político’: un motor que potenciaba los intereses políticos de los sectores explotados de la sociedad para su liberación. Concienciar a la población sobre las condiciones objetivas (estructurales y coyunturales de Cuba) y subjetivas (la necesidad y la urgencia de un cambio total) fue, entonces, tarea paralela al combate. Y eso aprendimos y, por generaciones, nos identificamos en nuestros accionares y compromisos políticos. Pero, con algo más, un ‘algo’ que hizo de la experiencia cubana y del Che, un ejemplo a seguir.

La lucha no fue únicamente contra el régimen, la naturaleza y el imperialismo. Era también contra la conciencia burguesa en todas sus múltiples formas.

4.
En algún momento de la guerra, desde la Sierra, el Che baja de incógnito a una población donde lo reciben en una casa con todas las precauciones del caso. Su presencia motiva para tener un pequeño banquete. El Comandante se niega a servírselo pues –indica- no es correcto hacerlo mientras sus compañeros, en las montañas, casi no tienen qué comer. Toma algo con frugalidad. De igual manera, una cómoda cama está preparada. El Che no puede permitirse dormir allí mientras sus compañeros comparten el suelo de las montañas: acomoda unas mantas en el suelo, y duerme. 

5.
Romper la conciencia burguesa que se instala en los intersticios de nuestra personalidad es tarea revolucionaria a la par del ejercicio político. Cuando el Che se encuentra en la guerrilla cubana, en las noches, lee a los combatientes pasajes de libros. ¿Libros durante el combate? Así es. El Che llevaba dos mochilas: una, la de miliciano y, otra, llena de libros, ‘que era pesadísima’, según cuentan. Al ser capturado en Bolivia, cargaba la Crítica de la Economía Política, de Marx; Ensayos sobre las teorías del capitalismo contemporáneo, de Vigotsky; Ils arrivent (Ellos llegan), de Carrell; Geometría analítica, de Philips; e Historia económica de Bolivia, de Luis Peñaloza. Y había distribuido textos entre las mochilas de sus compañeros de combate. La construcción del Hombre Nuevo (hombres y mujeres nuevos) pasaba por él mismo. Y eso lo comprendió el mundo.

6.
Revolucionar el terreno de la ética es, desde entonces, exigencia cotidiana para todos quienes ejercemos la izquierda. Hay trincheras de resistencia que hemos construido en el transcurso de estas décadas. Atrás quedó el estallido de libertad de los años sesenta del siglo veinte; los ochenta que vieron nacer la onda posmoderna y los noventa de la desaparición de la Unión Soviética y el endiosamiento de un poder único a escala mundial. Al Che se le intentó desaparecer decenas de veces, incluso luego de su asesinato, como objeto de consumo, antigualla o desecho de la historia. Y este presente, a medio siglo del crimen, parece, a primera vista, lleno de su ausencia.

7.
En el discurso de Fidel para comunicar al pueblo cubano de la muerte del Che, el 18 de octubre de 1967, en la Plaza de la Revolución, insistió que el Che “nos dejó su ejemplo” y una guía en el devenir de todos: “Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el Che!”.

Si algo dejó el Che al mundo es, con su ejemplo, descubrirle lo bueno que tenemos todos dentro nuestro, desde la ruptura con las ideologías burguesas y la responsabilidad de construirse un futuro desde la conciencia socialista. 
Por ello, se mantiene todavía la voluntad de muchos por seguir asesinándolo. Pero, este medio siglo desde su asesinato ha sido también el de la presencia del Che animando el compromiso de las fuerzas de transformación a lo largo del planeta.  Y, sin arrogancia, si de hacer historia se trata, estas cinco décadas en lo político, económico, militar y ético continúan resumiéndose en: 1) ¡Patria o Muerte, venceremos! 2) ¡Hasta la victoria siempre! Y 3) ¡Ser como el Che!

Marcelo Medrano Hurtado
Quito, 9 de octubre de 2017