SOBRE EL GUASÓN
Para A., para cuando por fin vea la película
1.
¿VÍCTIMA
O VICTIMARIO?
Algo no está bien cuando
adolescentes bromean contigo robándote un letrero que sirve para tu trabajo y
que, en su rescate, te lo rompan en la cara y luego agoten sus energías
pateándote en el suelo sin compasión alguna.
Y además algo está peor cuando,
dependiendo tú del Estado para una medicación especial por tu trastorno mental,
te la niegue e inmisericordemente elimine de su presupuesto lo correspondiente
al sistema de salud.
Ambos casos Arthur Fleck los
resuelve por el sendero de la normalidad amable: tengo una aspiración, un sueño
que me acompaña desde niño: ser un comediante reconocido. Es solo cuestión de
tiempo y de oportunidades.
Sin embargo, el decurso de los
acontecimientos le depara otro camino. Para ese ‘algo que no está bien’: ante
una agresión brutal por parte de tres tipos borrachos, hombres de negocios que en
un tren imponen su salvaje ley del más fuerte, el arma entregada a Arthur -casi
en broma y que se ha convertido en su anónima acompañante- resuelve el ataque.
Y para ese ‘algo está peor’: la sensación característica en quienes tienen un
trastorno mental y suspenden intempestivamente el tratamiento es de control,
pues dejar la medicación de manera abrupta lleva a ilusionarse con que, sin
medicamentos, por fin se encuentran mejor. Esta frase es exclamada por Arthur en
su departamento instantes después de asesinar a Randall, su cobarde excompañero
de trabajo.
El filme enrostra al espectador a
decidirse si Arthur es víctima de la sociedad que le excluye o victimario de la
misma.
2.
ADENTRO…
Arthur se aferra a la normalidad.
Y a aquella normalidad que no es conflictiva y que la sostiene su madre.
‘Feliz’, le llama ella. Un adjetivo –algo que califica- devenido en nombre
propio, como para resaltar una condición espiritual de Arthur. Pero su espalda
descubierta y su torso al aire recogen una esmirriada figura compuesta de
alambres que pugnan por saltar, por romper la piel y reventarla con su energía
contenida, con su oscura tristeza de siglos acumulada. Esa pesadumbre represada
en esos labios que, tras colocar los índices y llevar con fuerza las comisuras
hacia arriba, le rebotan tan duros a Arthur, tan rígidos, tan de acero.
Sin embargo, el quiebre del ya
desempleado y solitario Arthur se da con la lectura de una carta, de un texto
repetido infinitamente con puño y letra de su madre, en que se enlaza un
reclamo, una promesa de amor y una súplica hacia Wayne. Momento doloroso de la
película que permite recuperar la historia perdida del personaje.
Al inicio del filme, Arthur sueña
como su padre a Murray, el famoso presentador de televisión, omnipresente todos
los días en su departamento. Tras la carta, esa emotividad y necesidad
represadas se dirigen hacia Wayne. Incluso el encuentro con su posible medio
hermano en su mansión hace que ‘Feliz’ le entregue lo único que tiene: la
posibilidad de una sonrisa. Pero Wayne es implacable y marca los límites con
violencia. Arthur va al asilo de Arkham a liberar nubarrones estancados o
bloqueados en la memoria. “…y fue encontrado atado a un radiador”, puede
leer... puede leerse a sí mismo en unas amarillentas hojas, y el personaje se
derrumba mientras una lágrima atraviesa la mejilla del espectador. ¡Cuánto
dolor y frío! ¡Cómo duele caer en un abismo! ¡Cómo asfixia retornar al infierno
cuando niño…!
El trastorno psicológico
encuentra un origen violento y perverso. No es solo la sociedad que lo golpea y
denigra; su propia familia le ha vulnerado y cosificado. Ahora sí, Arthur está
verdadera y desoladoramente solo. Asesina a su madre y, tras vaciarlo, como en
un vientre materno helado, se encierra en su refrigerador. ‘Feliz’ ha muerto, o
nunca existió.
Pero cuestionando nuestras
nociones de ‘normalidad’, renacerá como un ave fénix de pesadilla.
3.
ROSTROS
Después de su renacimiento, abandona
su departamento y trae lo que será ya su nuevo rostro de payaso en que
sobresale su roja sonrisa cuya comisura derecha no es simétrica con la
izquierda, pues se eleva unos centímetros sobre su mejilla. Igual su ceja
derecha. Expresión que semeja como si levantara esta ceja y apretara su sonrisa
del lado izquierdo. No es un yo proporcionado o equilibrado el que entra al
ascensor; esta asimetría solo lo refleja. Forma y contenido se vuelven
absolutos y encajan entre sí.
Después, en el tren, tras la persecución
de los detectives que se inicia en las escaleras de la calle, el Guasón se
coloca una máscara de payaso con la cual busca confundirse con el resto que
también usan idéntica careta.
Luego sale y camina hacia el
espectador mientras la policía corre hacia el tren que está a sus espaldas.
Cuando lo hace, se quita la máscara de payaso. Mientras lo hace, doble rostro
de payaso, fantástica escena que desemboca en que una de ellas irá a parar en
el basurero.
4.
ESCALERAS
El Guasón acaba de arrebatar al
empleado el expediente de su madre en el asilo de Arkham. Corre a través del
pasillo y baja por las escaleras. Se detiene y lo lee. Es el descenso al
infierno de la memoria… Está abrumado, petrificado, solo. Y nosotros con él.
Muchas horas después, y ya con su
nuevo rostro e indumentaria, fuma a punto de bajar unas escaleras en la calle.
Esa escalinata que subía para llegar a su hogar y que, desde abajo hacia
arriba, parecía que debía subirla por siempre hasta alcanzar un umbral
luminoso. Ahora, la ruta es inversa. La música resuena en su cabeza, bota el
cigarrillo y baila mientras desciende. El baile se torna frenético, pero es muy
equilibrado; acaso por lo complicado de bajar gradas bailando. La música taladra
el cerebro del espectador al recordar al pedófilo de la vida real que la
compuso y rememorar la violencia contra el pequeño Arthur. Es el equilibrio y
belleza de una danza macabra; es el descenso desafiante, consciente y magistral
de un demonio hacia lo más profundo del infierno en que había caído ya.
5.
SHOW
A su ingreso al set de
televisión, el Guasón construye una fantástica escena que, con el transcurrir
del diálogo, se desquicia.
Cuando el ‘yo’ es representado,
no hay ‘yo’. Y cuando hay espectáculo, no hay actores, solo espectadores. El ‘yo’
se vuelve mercancía; cualquier ‘yo’. Eso intentará desafiar ante Murray, el
presentador.
Se quiere contar un chiste, pero los
acontecimientos giran alrededor de lo que no se puede comentar o cuestionar
ante las cámaras. El Guasón habla, pero ya no actúa ni representa el papel de
nadie: es él mismo. Es un ‘yo’ que petrifica a los espectadores del programa de
televisión en la película, y a los espectadores de la sala de cine.
Horas antes, el Guasón parecía
haber sido seducido por el suicidio al ensayarlo como parte de su rutina de
comediante, con el arma de fuego colocándola bajo su mentón mientras simula
disparar. Cuando dispara contra Murray ya en el programa de televisión tras un
diálogo de antología, manda un mensaje impensable: destruir a los medios de
comunicación que han convertido todo en espectáculo para reafirmar ese ‘yo’ que
aquellos invisibilizan. Por ello, se acerca con su rostro salpicado de la
sangre de su víctima (o victimario) y agarra una cámara del set. Ya no hay
representación, solo aquel ‘yo’ que se desborda, nada más.
6.
RISA
Producto de su trastorno, la risa
de Arthur surge siempre descontrolada en cualquier situación. Es incómoda y le
hace sufrir pues le perfora su personalidad. Es un obstáculo para comunicarse.
El ser humano utiliza el lenguaje como construcción social: no solo habla con
la lengua, también habla en la lengua. La recrea internamente en su
cotidianidad, le da sentidos, y forma parte de la identidad individual y
social.
Cuando el Guasón se encuentra en
el set de televisión y su estrambótico colorido se combina con un diálogo
desesperado pero preciso, su risa ya no le incomoda; es coherente con su relato
y reacciones: en el nuevo y desquiciante equilibrio, forma parte de su
personalidad.
7.
… Y AFUERA
La crisis social ha llegado a
Gotham City. Entre las ratas gigantes –alusión directa al hecho verdadero en
Nueva York- y el desempleo, la gente se ha levantado. Hay marchas crecientes de
reclamo. Pero el poder habla con tranquilidad a través del candidato
multimillonario pero nada filántropo Thomas Wayne. Tiende sus redes y se
prefigura como salvador; al fin y al cabo, la sociedad tiene sus formas de
reabsorber esa conflictividad.
Tras el ¿homicidio/asesinato? de
los tres sujetos en el tren, la figura de un payaso justiciero trastoca la
dinámica del reclamo por la crisis. Adquiere una resignificación que no es solo
cuestión de simpatías. ‘Todos somos payasos’, se asume la muchedumbre,
rechazando la violencia verbal de Wayne al desconocer desde la óptica del poder
el carácter de sujetos de todos y cada uno de quienes reclaman (“los que hemos
hecho algo de nuestras vidas no podemos ver a esos revoltosos más que como unos
payasos”).
Arthur puede ser ajeno a la
política y no encontrar relación con ese sujeto social que reclama. Incluso lo
reafirma en el set de televisión. Y antes también cuando sube en el tren
mientras huye de los detectives -se trataba de un tren que llevaba a los
manifestantes hacia las zonas de conflicto y él se baja a medio camino, resaltando
la división entre su nuevo destino y la lógica de la lucha social.
Arthur puede ser ajeno a la
política, pero no a esa resignificación social de una acción suya. Contundente
punto de inflexión de la cultura política de Gótica: como sucede en la
modernidad, la dinámica política camina entre la exigencia de la capacidad
política del sujeto social y el poder de la reproducción del capital para
organizar la vida social. Esta tensión se refleja en la cinta en que aparece
siempre como narración externa al personaje, hasta el desenlace final en que
ambas chocan.[1]
Cuando el Guasón se incorpora y de pie sobre el auto sonríe, y pinta con su
sangre la sonrisa en su rostro, el individuo aislado empató con el sujeto
social y comprendió su lugar en esa lucha.
8.
LUCES
Finaliza la película. Se
encienden las luces. Todos los rostros lucen un rictus. Aquella pregunta
inicial de este ensayo parece resuelta. Imborrable.
9.
CRÉDITOS
Los primeros planos del rostro de
Arthur son impecables. Cada músculo está en su lugar y cada enfoque no repite
el anterior. Incluso cuando lo tiene pintado. Su cuerpo, igual. Espectacular
actuación. Ovación de pie. No sé si entregarán a Joaquin Phoenix El Óscar, pero
él ya se llevó El Joker.
Marcelo Medrano Hurtado
(Quito, 24 – 11 - 2019)
[1]
Por ello, no yerran quienes ven como metasignificante el telón de fondo de la
crisis del capitalismo.