DE LA FIDELIDAD
1. Cuando se habla de fidelidad,
¿qué viene a nuestra mente? Lo más común, la relación de pareja… nuestras
relaciones. Sin embargo, la fidelidad extiende su juego de luces y sombras
hacia otras dimensiones para, acaso, demostrarnos la necesidad de no aceptar
sus penumbras.
Eran pocos los días transcurridos
desde el infame golpe de Estado de Pinochet sobre el gobierno de Allende. En
una de las sesiones de tortura, en el Estadio Chile, a media luz, a Boris Navia
le descubrieron un pedazo de papel escondido en uno de sus calcetines. Al
leerlo, se multiplicó la furia de los cobardes y lo medio mataron. A pesar de
ello, copia tras copia, el poema Estadio
de Chile fue propiedad de la memoria de todos los prisioneros, aunque a su
autor, Víctor Jara, le asesinaran luego. Desconcertante fidelidad en la defensa
de lo humano en medio de tanta carnicería.
2. Y nada más humano que el
lenguaje. Cuando leemos la palabra, confiamos
en que lo escrito refleje, del autor, pensamientos o sentimientos de la manera
más acertada, incluso cuando existe -sobre aquella- un ejercicio de traducción.
“Nada mejor que leer una obra de poesía traducida por un poeta”, es un principio
que lo extendemos a las obras de filosofía y literatura, por el gusto o la
necesidad de mirar cara a cara y estar lo más cercanos a sus autores. Aunque, a
ratos, nos encontremos con casos como el de aquella obscena traducción de
Whitman que hace Borges…
De pie, junto a los estantes de
una biblioteca, no pude ocultar mi emoción cuando, al abrir una revista
universitaria, encontré, en medio de ensayos de diverso tipo y dudosa calidad,
una traducción del primer capítulo de El Capital, de Marx. ¿Otra más? La
revista era de algún año de la década de los setenta y, para la época, había traducciones
del libro completo. ¿Capricho?
No eran evidentes las razones de
este nuevo esfuerzo salvo, por obvia coherencia, la necesidad de la lucha
política. Tras respirar profundamente, fue posible recorrer aquellas páginas; eso
sí, con mucha prudencia, pues se trataba de un escalofriante encuentro con la
sistematicidad de cirujano de Bolívar Echeverría.
Esta nueva traducción no tenía
pretensión alguna de quedarse en el campo de la teoría; muy al contrario, la
búsqueda de la fidelidad al texto no era por el placer textual, sino –a contrapelo-
por la necesaria exposición del método marxista.
De igual manera, en un bonito
ensayo, Agustín Cueva, por aquella misma época, discute -con Ernest Mandel- sobre
la traducción conceptual de Marx alrededor del concepto de “alienación”. Brillante
ensayo y fiel, por demás, a la exigencia política marxista de la vinculación
teoría-praxis.
En ambos casos, la fidelidad de
la traducción no nace solo de la búsqueda del pensamiento inicial sino,
también, del ejercicio del método materialista histórico, con miras a la práctica
política.
3. Un problema de método,
obviamente. Muchas veces, la realidad se nos
enrostra y nosotros nos negamos a reconocerla. La física de la Europa
científica del siglo XIX había construido toda una estructura alrededor de la
concepción del éter: extraña sustancia presente en todo el universo que
permitiría el transporte de las ondas de luz. Tras los meticulosos experimentos
de Michelson y Morley, el éter no aparecía por ningún lado; peor aún, se
demostraba que la velocidad de la luz era constante, con lo que se negaba a
Newton. Imposible aceptarlo. Salvo por Einstein, quien, fiel al método
materialista de la física, aceptó los resultados y asumió el riesgo de pensar
desde esa ‘nueva’ realidad. Como fascinante empresa del pensamiento, para 1905,
desarrolló la Teoría Restringida de la Relatividad y, para 1915, la Teoría
General.
4. ¿Fidelidad a la patria, a la
pareja, a un dios, a una creencia, a una vocación, al dinero,…? La fidelidad solo existe porque
hay memoria. Sin memoria, sin recuerdos, sin puntos de referencia en el pasado,
no hay fidelidad. Más aún, no se trata solamente de una colección de recuerdos,
sino de toda una voluntad de memoria, de querer recordar, de tener presente el
pasado. Por ello, se impone el deber de ser fiel, como una tarea, y no como una
virtud natural. Pero, ello incomoda.
La fidelidad al dinero es la del
rey Midas y se exuda en todos los resquicios de la memoria social del capitalismo.
La infidelidad al dinero, que es la deslealtad al valor de cambio, abre grietas
hacia otras fidelidades, como las del amor y la utopía.
Teseo le fue fiel a Ariadna mientras
desenrollaba el cordel, y cuando lo enrollaba. En la mitad, la lucha con un monstruo.
Esta lucha, presente en sus mínimos detalles en la memoria de Teseo, no le
pertenecía a Ariadna, más que como angustia por su amado entre la entrada y
salida del laberinto. La ruptura era inminente…
Una amiga, ya muy treintañera, me
muestra su documento de identidad con una desconcertante foto, tomada cuando
tenía menos de veinte, totalmente rapada. ¿Por qué la conserva? ¿A qué es, ella,
fiel con tanta insistencia? ¿Cuántas cosas nuestras las guardamos como memorias
físicas, poseedoras de significado, como hilos de Ariadna para poder
retornar de algún laberinto?
El fanático, por cierto, no es
más fiel a su palabra que al narcisismo en el cual germina.
Y el recordarte es un camino, nostalgiarte,
extrañarte. No seas fiel por ti misma, le dice el enamorado y amante. Tenme en
la memoria, en tu memoria: “Ámame, (…) pero no nos olvides”.
5. Hay fidelidades. La prostituta usa su cuerpo pero
no vende sus labios: “sin besos”, dice, y hasta amenaza y se violenta si se transgrede
esta aparentemente fútil exigencia. Ella es fiel en los labios.
El fantasma, tan preclaro en el
psicoanálisis, tan anclado en la memoria de lo inconsciente, lo buscaremos fielmente
en nuestras relaciones.
La palabra, tesoro en las relaciones
de pareja, despojo en las traiciones.
Pero, llega la muerte. (Muchas
veces, el olvido es, más que preámbulo, la muerte misma). Y la rosa se coloca
en la lápida cada aniversario. El atuendo y los gestos, serios, acompañan el
ritual. El discurso o la liturgia reconstruyen la memoria a imagen y semejanza
del dolor, de la ausencia, del duelo. Es una memoria interrumpida, quebrada,
como un puente roto que no llega a ningún lado.
En la religión, la memoria se
cierra en círculo: con la muerte se llega a los dioses, se es parte de ellos. La
fidelidad humana se diviniza. Sin deidades, la muerte nos lanza contra la pared.
(¡De tanto estrellarnos, cuánta sangre nuestra pintarrajea las paredes íntimas
y cuántos moretones se expanden en la piel!).
Se muere siendo fiel. Werther
toma la decisión de suicidarse, medida necesaria para que el autor sobreviva. “¡Viva
la República!”, gritan los milicianos al ser fusilados.
Sin embargo, la muerte de la
fidelidad es la traición. Y no hay memoria que la justifique, ni flor que la
cubra. Se traiciona a la patria, a un texto en su traducción, a otra persona en
su confianza, a una idea, a un ideal, a la pareja… Más que a la memoria, se ha
traicionado a la voluntad de tenerla. No tiene sentido acusar a alguien de ‘infiel’
si existe desmemoria. Pero, sabemos que ésta –en la política, en el psicoanálisis,
en las relaciones de pareja- no debe existir…
6. Finalmente, la rosa. La noche es fría cuando la lectura
tropieza con una frase que se convierte en razón de esta escritura. En dos líneas
de un ensayo, nuestro Bolívar Echeverría, tan preciso, tan cirujano, tan reflexivo,
se quiebra y se entrega caballerosamente a la exuberancia: “La originalidad de ‘Rosa,
la roja’ –oradora encendida, polemista implacable, teórica iconoclasta, trabajadora
incansable y llena de amor propio-…”, escribe. Sí, más allá de este ensayo sobre Rosa Luxemburgo, hay algo –o mucho-
del amor fiel de Bolívar…
Marcelo Medrano Hurtado
(23 – 02 -2015)